En este post vengo a hablarte de los principios fundamentales del Coaching Filosófico para que entiendas cómo pueden beneficiarte una o varias sesiones de esta práctica filosófica.
Hace algún tiempo escribí un PDF en forma de entrevista en la que creo que se resuelve de manera acertada la cuestión siguiente: qué es el coaching filosófico, su diferencia con respecto a otro tipo de prácticas del tipo asesoría filosófica u otros modos de hacer coaching y las ventajas que puedes obtener de de él.
Si quieres tener el PDF al completo, solo tienes que descargártelo al final de este post.
De ese archivo he extraído la parte que vengo a comentarte y que, creo, te será interesante conocer si estás pensando acudir a alguna sesión.
1) El coaching filosófico se centra en el sistema de ideas de la persona
En una sesión de coaching filosófico no interesa la verdad de tu discurso, sino la forma del mismo. Es decir, que lo que más me interesa a mí, como filósofo, es el sistema de ideas que estarías exponiendo: los valores, las posibles incoherencias del mismo (algo normal en el ser humano, por cierto), etc.
Mi labor como filósofo coach en este caso sería detectar y analizar la producción de pensamiento que tú como consultante estarías expresando desde un punto de vista objetivo -esto es- mediante el uso de la lógica argumentativa y los significados que das a los diferentes conceptos empleados.
Lo más importante por mi parte es no hacer juicios de valor al respecto, ya que esto empobrece la actitud filosófica y, por ende, estaría realizando de manera incorrecta mi trabajo.
Por ejemplo, si detecto que tu sistema de ideas recoge ideas racistas, he de hacértelo saber a partir de tu propio uso de conceptos. Pero no he de molestarme o rechazar la consulta por este hecho. Esos juicios de valor y las posibles emociones que puedan despertarse deben suspenderse por mi parte para tratarte del mejor modo posible.
2) El coaching filosófico no maneja verdades absolutas, sino verdades relativas
A mí, como filósofo coach, no me interesa la verdad cerrada, absoluta y con mayúsculas. Esto carece de importancia o incluso entorpece a la hora de resolver problemas concretos de la persona. El filósofo ha de ampliar la cosmovisión del consultante, hacerle ver, guiar, iluminar; pero en ningún caso imponerle un punto de vista, discurso, perspectiva, corriente, pensamiento, etc. Hacer esto sería adoptar una postura dogmática, que no es propia del buen filósofo.
El buen pensador es crítico, no dogmático; y mi misión es que puedas adoptar un punto de vista o forjarte una identidad a partir del pensamiento crítico, desde el que se comprende la pluralidad de discursos que existen.
3) El coaching filosófico toma nuestras ideas como creaciones humanas o existencias particulares que conforman nuestra identidad
Al operar con verdades relativas, cada una de tus ideas como consultante han de tener el mismo valor para el coach filósofo. Es decir, para mí tiene el mismo valor que tú seas ateo o creyente; de ideología de derechas o de izquierdas; tu tendencia sexual, si eres pesimista antropológico o si tienes esperanza en el ser humano, etc.

Lo que me interesa como filósofo entrenador es la coherencia del sistema de ideas que estás proyectando como consultante, si existen contradicciones, y lo que puede producirte continuar sosteniendo dicho sistema. Puede que ese sistema ni siquiera se corresponda con tu verdadera naturaleza.
Muchas personas defienden ideas y valores que no han examinado demasiado, o que ni siquiera aplican. En el ejercicio de autoconsciencia, el filósofo coach fuerza al consultante de modo no violento (mediante sus preguntas) a esclarecer un problema base (a veces reconocido por el consultante y otras veces desconocido hasta la fecha).
Aceptar este principio de las creaciones humanas significa un avance en el pensamiento humano, ya que se estaría manifestando su carácter crítico, esencial al buen pensador.
Educar en este tipo de pensamiento crítico es meritorio y ha de ser aplaudido.
El filósofo debe conectar con el consultante y hacerle ver sus posibles errores. Estos errores, en la mayoría de casos, tienen que ver con defender posturas incompatibles, es decir, contradictorias. Por ejemplo, que la persona se identifique a sí misma como nacionalista y al mismo tiempo consuma productos de otros países o territorios.
Esto genera una máscara que el consultante muchas veces asume y acepta.
Cuando se acumulan muchas de estas máscaras y el consultante es consciente de ellas, se puede producir en él la pérdida de lo más esencial de su ser, de su verdadera naturaleza. Es en este tipo de situación en la que el filósofo coach ha de redireccionar al consultante, quien tendrá un problema de tipo existencial.
Otro de los errores comunes es el empleo que de los conceptos hacemos.
Esto sucede con conceptos complejos como pueden ser libertad, voluntad, valor, felicidad, virtud, ética, religión, moral, política, etc.
Se trata de conceptos desarrollados por diferentes escuelas de pensamiento durante siglos, que habrían evolucionado y cambiado su sentido. Aquí el filósofo ha de prestar atención al significado que el consultante le da a estos conceptos (en caso de emplearlos).
El filósofo bien formado ha de conseguir que el cliente concretice su argumento. Para ello es conveniente identificar a qué tipo de corriente de pensamiento haría referencia tal uso del concepto. Esto ayuda a desvelar tu mundo interior.
Por ejemplo, puedes utilizar el concepto de felicidad entendiéndolo como un fin último al que aspirar (pensamiento tomista), o puedes entenderlo como un disfrute constante que se obtiene a partir del desarrollo de la propia actividad vital (pensamiento aristotélico).
Esta aclaración es importante hacerla y llevarla a cualquier ámbito de nuestra vida, ya que permitirá conectar con el sistema de ideas de la otra u otras personas con las que te estés relacionando, así como para comprenderlas y ayudarlas en caso de encontrar alguna incoherencia en la exposición de sus sistemas.
4) Para el coaching filosófico no hay algo así como una forma de vida ideal
El coaching filosófico parte de la idea de que cada persona tiene diferentes aspiraciones según su naturaleza.

Voy a ilustrarte esto con un ejemplo sencillo. Conozco a un intelectual que dice que no le gustaría vivir en el campo, que le aburre. Adquiere mayor placer tomándose una cerveza en una terracita de Madrid en buena compañía. Sin embargo, otra persona, saturada de tanta humanidad, desea vivir en el campo. Cuando se retira allí (de vez en cuando), su mal humor desaparece y su actitud es mucho más positiva.
Creo que esta idea es importante, porque existen libros de autoayuda que presentan algo así como un determinado camino que conduce a la felicidad.
Esto es no entender a la persona y su complejidad.
Dependiendo del mundo interior de la persona, ésta se sentirá más cómoda en unos entornos que en otros; tendrá unos objetivos y no otros, etc.
Sin embargo, en muchos casos no hay coherencia entre nuestro modo de vida y lo que exige nuestra naturaleza (que no es la misma en todo ser humano). Es ahí donde se producen los problemas; lo que llamaban los epicúreos, enfermedades del alma.
Tener en cuenta este principio es básico para identificar tu propia naturaleza y para no obligar a otro que no eres tú, a que elija tu mismo camino.
Las fórmulas del tipo "la verdadera sociedad", "el lugar donde se encuentra la felicidad", el "objetivo último de la existencia humana", etc. serían vistas como ficciones que, en este caso, desvirtualizarían la singularidad y autenticidad humana, perjudicando tu potenciación y libertad.
¿Tienes alguna crítica a estos principios? ¿Hay algo que no te convenza de lo dicho?
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SOBRE EL AUTOR DE ESTA ENTRADA, JESÚS M.C.
Soy creador del blog Coaching Filosófico, donde comparto consejos basados en diferentes escuelas de pensamiento para ayudarte a pensar bien y para que te construyas un sistemas de ideas coherente y auténtico. Si quieres potenciarte y descubrir cuál es tu lugar en el mundo, has dado con el sitio correcto
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